Un día le dijimos al tío Nicasio que nos venda una red y fue nuestra primera red, entrábamos a pescar a pie porque no teníamos barco, avanzábamos unos cien metros de la orilla y lanzábamos la red, la sujetábamos con palos y teníamos el pescado.
Así hemos ido surgiendo los pescadores aimaras, nos hemos empezado a organizar, como los hermanos del lago Uru Uru, de ellos hemos comprado la primera lancha, mi papá y mi abuelo han sido los primeros en traer lanchas de calamina plana a Untavi, después otros nos han seguido, los primeros pescadores éramos diez familias, solo diez, luego hemos llegado a ochenta, eso fue el año setenta y ocho. Así he aprendido a pescar con el Uru Nicasio y mi padre, tengo muchos años de pescador, conozco todo el lago, todas las islitas, conozco a la Madre Tierra, a Dios, he conocido al lago como la palma de mi mano.
Así ha sido mi vida de pesquero a veces triste, muchas veces hemos naufragado, inclusive de la muerte nos hemos salvado. Entrar al lago era como entrar a la mina, no sabes si vas a retornar, teníamos que saber leer el tiempo, nuestro barco que era nuestro medio de transporte, de trabajo y nuestro hogar dentro de las aguas del lago, por eso tenía que estar bien implementado con instrumentos de pesca, alimentación, abrigo para el frio. No sabíamos si íbamos a retornar, salíamos a la cinco de la mañana, pero a veces había tormentas, corrientes de agua, entonces teníamos que resguardarnos dentro del lago, en las pequeñas islas o entre las totoras.
Muchas veces amanecíamos buscando pescado, trabajábamos diez horas, veinte horas, la jornada de trabajo dependía del ánimo del lago. Veíamos el color del agua, nosotros sabíamos dónde estaban los bancos de peces, nos reuníamos en círculo y hacíamos un piqcheo, un acullico y analizábamos según los signos de la naturaleza dónde iba a ser buena la pesca, si encontrábamos peces, aprovechábamos la oportunidad y amanecíamos pescando.
De esa manera en el pueblito de Untavi de pescadores nos hemos quedado, quien sabe si no era el Tío Nicasio, tal vez hubiéramos migrado, hubiéramos estado lejos de la comunidad, en otro país, mejor.
Ahora el lago se ha secado y los pesqueros estamos haciendo de todo para sobrevivir; esta mañana recogí cañahua silvestre, una arroba; ayudo a recoger quinua y me regalan un poco, ya he carneado todas mis ovejas…en el lago ya no hay vida, pero no queremos dejar la comunidad, estamos pensando hacer la esquila de las vicuñas que habitan nuestra isla, qué más nos queda.
Texto, fotos: Helga Cauthin - CENDA