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Opinión

• Juan León Cornejo

16 de octubre de 2014. Aunque son muy importantes, porque definen la asignación de escaños parlamentarios al oficialismo y la oposición, los datos finales del cómputo oficial de votos de las elecciones del domingo parecen hoy sólo anécdota para la mayoría de la gente. Le interesan, en apariencia, sólo como referencia de comparación con los que entregaron ese mismo día las encuestas en base a datos en boca de urna.  Es que las reacciones y acciones de todos, sobre todo de los candidatos, se originaron en las proyecciones de las encuestadoras.

El Presidente se declaró ganador y los opositores reconocieron su derrota, dos horas después de difundirse esos datos. Y esa dinámica se mantiene, a despecho de lo que digan finalmente los cómputos oficiales.     
Los porcentajes estimados por las encuestadoras desataron alegrías y tristezas, aunque eran previsibles. Las encuestas los habían posicionado ya como irreversibles. Pero el domingo fueron más allá cuando, apenas una hora después de la autorizada para la difusión de datos, las proyecciones de las encuestas llevaron a los medios de comunicación a informar -algunos con toque de clarín incluido- sobre la futura conformación del Senado y de la Cámara de Diputados.

En la mayoría de los casos, el afán de ganar la competencia informativa o de satisfacer primero la curiosidad de la gente pasó por alto el requisito elemental de verificar la información con la fuente oficial, como dicen los manuales de periodismo, justificada, en este caso, por el silencio absoluto de la fuente oficial, que había anunciado difusión de datos desde las 22:00 horas.

La información de cómputos extraoficiales omitió, incluso, señalar a qué cifra global de votantes se referían los porcentajes pues se desconocía, y se desconoce aún, cuántos dejaron de ir a las urnas. Fueron tan concretos que omitieron también el margen de error habitual en todas las encuestas.

De esa manera, en la opinión pública se instalaron esos resultados. Y ahí permanecerán, como totalmente válidos para el común de la gente. En ese escenario, y desde el pragmatismo político, lo que importa ahora, en la perspectiva de futuro y si se pretende rectificar errores, es analizar las consecuencias de todo lo que se hizo antes y después de la jornada electoral. Y los precedentes políticos que deja para la historia.  

La consecuencia inmediata es el manto de dudas y sospechas que cubre con manchas de fraude y manipulación los resultados oficiales, que son los que realmente valen. Y deslegitima, en cierta medida, la elección de algunos candidatos a senadores y diputados, que tiene especial importancia por la cuestión de los dos tercios necesarios para controlar el Congreso.

Hay antecedentes históricos, por ejemplo, de que en tres procesos electorales, un promedio del 28% de la gente que votó por Evo Morales votó por candidatos de otro partido para diputado. ¿En cuánto incidió, esta vez, el voto cruzado que tanto preocupaba al oficialismo al punto de amenazar con "chicote” a sus propios militantes?

Cuando se toma en cuenta que, según las proyecciones conocidas, al oficialismo le faltan dos diputados para alcanzar los dos tercios que le permitan controlar el Congreso, ¿serán creíbles los datos oficiales que definirán la conformación del futuro Congreso si difieren con los que ya se grabaron en la mente de la gente?

En la eventualidad de que se pretenda reformar la actual Constitución, la legitimidad de una mayoría suficiente que lo permita es fundamental.  En ese escenario, hay denuncias concretas y graves que ponen en duda los cómputos oficiales.

En Tarija, por ejemplo, se habla del absurdo de aumentarle 4.000 votos a un candidato oficialista incorporando una mesa (en la que al máximo pueden votar 300 electores) en un recinto electoral. Y en Cochabamba, el Tribunal Electoral publicó datos de una circunscripción especial antes de abrirse las actas.

En Chuquisaca, el cómputo oficial en una circunscripción tenía un avance del 75% al promediar la mañana del martes, pero en la tarde había llegado sólo al 47%. Cuando el río suena, dice la sabiduría popular.

Más allá de la veracidad o no de las denuncias, que es de esperar que se esclarezcan de manera total, el hecho concreto es que las fallas y errores, voluntarios o no, sembraron dudas sobre la legitimidad de los cómputos oficiales. Es pecado grave, en la perspectiva de las elecciones municipales de marzo. Y demanda al Tribunal Electoral explicaciones concretas, que vayan más allá de deslindar responsabilidad en las regiones, sobre las causas del desastre que provocó tamaña desprolijidad -para usar un eufemismo- en cumplir la tarea más importante que tiene bajo su responsabilidad. Y que le da razón de existir.
 
* Es periodista

Visto 1840 veces Modificado por última vez en Jueves, 23 Octubre 2014 19:22
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